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3 de diciembre de 2012

SEMANA TRÁGICA Y LA OPOSICIÓN - Ayer y hoy

En diciembre de 1918 comenzó una huelga en los talleres metalúrgicos Pedro Vasena e Hijos. La industria metalúrgica se había visto profundamente  afectada por la Primera Guerra Mundial e intentaba bajar costos. Los obreros, a su vez, pretendían obtener mejoras en sus condiciones de trabajo y en sus salarios. La huelga pronto se convirtió de conflicto sindical a un intento de guerra civil que terminó con 700 muertos y cerca de 4000 heridos, y pasó a la historia como la Semana Trágica. 

Los sucesos acaecidos representaron para la historia argentina uno de los intentos por destituir por cualquier medio al Presidente constitucional Hipólito Yrigoyen, que representaba a las grandes masas de argentinos y naturalizados, organizada por los agentes políticos del campo antinacional.Para recordar este episodio, hemos adaptado un extracto del libro "Revolución y contrarevolución en la Argentina", "La bella época" de Jorge Abelardo Ramos.






"Yrigoyen enfrenta perturbadores acontecimientos que amenazan derribarlo del poder. El 2 de diciembre de 1918 se produce un conflicto en el taller metalúrgico de Pedro Vasena (hoy Tamet) que empleaba alrededor de 2.500 obreros. El conflicto revestía un carácter puramente gremial de solidaridad con algunos obreros despedidos anteriormente por la empresa. Durante dos semanas la situación se prolongó sin variantes hasta que Vasena empleó un crecido número de crumiros para quebrar la huelga, a los que facultó para armarse. Los piquetes de huelga, al intentar impedir el acceso al taller de los crumiros, fueron agredidos a tiros varios heridos, lo que obligó a los huelguistas a armarse para su defensa. A partir del 7 de enero fue sitiada la fábrica. Intervino la FORA, mientras que la empresa obtenía el apoyo de los bomberos y de piquetes de soldados del escuadrón policial. Es significativo que el abogado de Vasena fuera el senador radical por Entre Ríos, doctor Leopoldo Melo, futuro antipersonalista.

Crumiros y policías recibieron un valioso auxiliar en la represión que comenzó inmediatamente, con la  parición de brigadas de asesinos voluntarios dirigidas por el doctor Joaquín S. de Anchorena, vástago de una familia que el lector de esta obra conoce bien: Anchorena había constituido una denominada «Asociación del Trabajo» integrada, como es natural, por gente que no había trabajado nunca y que recibía una subvención patronal con el objeto de perseguir obreros huelguistas, aterrorizar a la población y defender la «libertad del trabajo». El Secretario de esta amable entidad era el doctor Atilio Dell’ Oro Maini, más tarde funcionario del fraudulento general Justo en 1955, prohombre de la revolución libertadora, luego funcionario de la Unesco, una especie de Burócrata Magno (...)


El recuerdo, trágico aún, de la represión del Centenario movilizó a su vez a otras fuerzas antiobreras. En el Centro Naval de la calle Córdoba y Florida, un millar de «defensores del orden» entre los que se encontraban los «niños bien» más parásitos de la sociedad argentina, fueron entrenados por los valientes contraalmirantes Domecq García y O’Connor con el fin de dar una buena lección a los «rusos» a los que se identificaba con el comunismo del mismo origen y a los «catalanes», los que debían ser todos, indudablemente de filiación anarquista. Además, se constituyó un «Comité pro argentinidad», que engendró la piadosa idea de formar una «guardia cívica» transformada más tarde en la Liga Patriótica Argentina, presidida por un vejete movedizo y locuaz, ducho en oraciones patrióticas llamado Manuel Carlés (...)

La policía procedió a reprimir la huelga con un salvajismo que sólo encontraba precedentes en los acontecimientos análogos del Centenario. Esta actitud policial debía desempeñar un papel objetivo de gran valor para las tentativas oligárquicas de derribar al Presidente Yrigoyen aprovechando el caos. Los cuadros policiales se encontraban disgustados con el Presidente. A raíz de un paro realizado por los estibadores del Puerto de la Capital, la Guardia de Seguridad de Caballería los había atropellado con su violencia habitual, hiriendo a algunos de los manifestantes. 

Ante la gravedad de la situación, el Ministro de Guerra, don Elpidio González, se hace cargo de la Jefatura de Policía de la Capital. El titular de esa repartición, general Dellepiane, es designado por el Presidente Yrigoyen Gobernador Militar de la ciudad (...)


Los patriotas entraron en acción. La guardia de seguridad de infantería entregó revólveres Colt y proyectiles a los jóvenes elegantes, extasiados en el nuevo deporte de matar obreros. 


En esos momentos críticos Yrigoyen envió a parlamentar al Jefe de Policía, Elpidio González, con los huelguistas de la casa Vasena. El estado de exasperación era de tal naturaleza que los huelguistas incendiaron el auto de Elpidio González en su presencia. Los provocadores patronales y patrioteros pululaban; los anarquistas de la FORA advierten que manos extrañas se mueven con fines inconfesables. El Ministro del Interior cita a la Casa de Gobierno a los delegados obreros y a Vasena. Este último acepta la proposición de la FORA. El gobierno se compromete a ordenar la libertad de los detenidos, conceder la libertad a todos los obreros condenados con anterioridad al movimiento, mantener su prescindencia en el conflicto marítimo y no tomar represalias con los obreros y empleados del Estado que actuaron en la
huelga (...)

La huelga general se levanta el 13 de enero, después que los delegados de la FORA conversan con Yrigoyen historiando el origen de la huelga general en todas sus etapas. Mil quinientos presos recuperan su libertad, se retiran las tropas de la Capital y se reabren los locales obreros. El escritor radical Félix Luna estima los muertos en 60 o 65 civiles y 4 de las fuerzas armadas. El comisario Romariz hace una evaluación semejante; Oddone calcula alrededor de 700 muertos.


El general Dellepiane declarará posteriormente "En esa oportunidad, enemigos del Presidente Yrigoyen me pidieron intentara su derrocamiento".


Una interpretación ecuánime de los acontecimientos de la Semana Trágica aconseja valorar estos hechos: un simple conflicto gremial se transforma, por la provocación de Vasena que contrata crumiros armados, en una serie de incidentes sangrientos. La policía, educada en la escuela de Figueroa Alcorta y de los escuadrones cosacos, despechada por las sanciones disciplinarias impuestas en su seno por el presidente Yrigoyen poco tiempo antes, acentúa la represión. Los anarquistas, que dominan el movimiento obrero, toman la ocasión al vuelo y amplían la naturaleza del conflicto hasta convertirlo en episodios de guerra civil con asaltos a armerías, iglesias, barricadas y una profusa propaganda llamando a la Revolución Social. Los agentes políticos de la oligarquía, a su vez, intervienen como una cuña venenosa en el movimiento, multiplicando el caos, realizando pogroms antijudíos, gangrenando así toda posibilidad de acuerdo con el gobierno. Yrigoyen, por su lado, intenta negociar con los huelguistas y con Vasena mientras los tiroteos se propagan.  La oligarquía rodea a Dellepiane y le señala el espectáculo de «disolución social». 


Al permanecer Dellepiane leal al presidente constitucional y al presionar Yrigoyen a Vasena a aceptar el pliego de reivindicaciones obreras, la FORA se ve obligada a levantar la huelga general; el acuerdo despoja de justificación al conflicto. Yrigoyen adoptará, al concluir las siniestras jornadas, la misma abstención y negativa a investigar a sus responsables que distinguirá su acción en los sucesos de la Patagonia. El santo hombre no quiere culpables sino extender un piadoso velo de olvido."

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