La negativa de la oligarquía porteña a facilitar el acceso a los ríos interiores y a nacionalizar la Aduana de Buenos Aires que hubiera atraído hacia el complejo platense a la vieja provincia paraguaya la empujó, por el contrario, al aislamiento primero y luego a la independencia. De su soledad, de las particularidades históricas de su desarrollo, y del genio político de sus jefes, Paraguay extrajo lo mejor de sí mismo; así pudo lanzarse a un desarrollo de las fuerzas productivas que lo convertirían hacia 1865, en el que se sitúa nuestro relato, en una de las primeras potencias sudamericanas.
La destrucción de los focos de resistencia nacional
sudamericana, de los que el Paraguay era el último símbolo, era un problema
esencial para el comercio inglés interesado en penetrar en el interior
continental. Caído Rosas, la traición de Urquiza a las provincias argentinas
mediterráneas dejaba abierto el camino al Paraguay de López. Los exportadores
de Manchester y de Liverpool estaban impacientes: en Londres los vampiros de la
banca exigían la colocación de empréstitos.
Los esteros paraguayos serían teatro de la gran guerra
colonial del capitalismo europeo en su proceso expansivo hacia el moderno
imperialismo.
Entre 1865 y 1870 la Argentina, Uruguay y Brasil se
enfrentaron contra Paraguay en una sangrienta guerra. La impopularidad de esta
aventura bélica y los conflictos generados por la hegemonía porteña suscitaron
rebeliones en diversas provincias. El 6 de diciembre de 1866 el caudillo
catamarqueño Felipe Varela se levantó en armas contra el gobierno de Bartolomé
Mitre. Esta rebelión, y la sublevación del “Chacho” Ángel Vicente Peñaloza,
constituirían los últimos intentos de oposición de las provincias al modelo de
puerto que perjudicaba a las economías regionales.
A continuación transcribimos la proclama lanzada por
Felipe Varela el 6 de diciembre de 1866.
“¡Argentinos! El hermoso y brillante pabellón que San
Martín, Alvear y Urquiza llevaron altivamente en cien combates, haciéndolo
tremolar con toda gloria en las tres más grandes epopeyas que nuestra patria
atravesó incólume, ha sido vilmente enlodado por el general Mitre, gobernador
de Buenos Aires.
”La más bella y perfecta Carta Constitucional
democrática, republicana, federal, que los valientes entrerrianos dieron a
costa de su sangre preciosa, venciendo en Caseros al centralismo odioso de los
espurios hijos de la culta Buenos Aires, ha sido violada y mutilada desde el
año sesenta y uno hasta hoy, por Mitre y su círculo de esbirros.
”El pabellón de Mayo, que radiante de gloria flameó
victorioso desde los Andes hasta Ayacucho y que en la desgraciada jornada de
Pavón cayó fatalmente en las ineptas y febrinas manos del caudillo Mitre
—orgullosa autonomía porteña del partido rebelde—, ha sido cobardemente
arrastrado por los fangales de Estero-Bellaco, Tuyutí, Curuzú y Curupaytí.
”Nuestra Nación, tan feliz en antecedentes, tan grande en
poder, tan rica en porvenir, tan engalanada en glorias, ha sido humillada como
una esclava, quedando empeñada en más de cien millones de pesos fuertes y
comprometido su alto nombre a la vez que sus grandes destinos por el bárbaro
capricho de aquel mismo porteño que, después de la derrota de Cepeda,
lacrimando juró respetarla.
”¡Compañeros! ¡Desde que aquél usurpó el Gobierno de la
Nación, el monopolio de los tesoros públicos y la absorción de las rentas
provinciales vinieron a ser el patrimonio de los porteños, condenando al
provinciano a cederles hasta el pan que reservara para sus hijos! Ser porteño
es ser ciudadano exclusivista, y ser provinciano es ser mendigo sin patria, sin
libertad, sin derechos. Esta es la política del gobierno de Mitre.
”Tal es el odio que aquellos fratricidas tienen a los
provincianos que muchos de nuestros pueblos han sido desolados, saqueados y
guillotinados por los puñales de los degolladores de oficio, Sarmiento, Sandes,
Paunero, Campos, Irrazábal y otros varios oficiales dignos de Mitre.
”Empero, basta de víctimas inmoladas al capricho de
mandones sin ley, sin corazón y sin conciencia. Cincuenta mil víctimas
hermanas, sacrificadas sin causa justificable, dan testimonio flagrante de la
triste e insoportable situación que atravesamos y que es tiempo ya de contener.
”¡Valientes Entrerrianos! Vuestros hermanos de causa en
las demás provincias os saludan en marcha al campo de la gloria, donde os
esperan. Vuestro ilustre jefe y compañero de armas, el magnánimo Capitán
General Urquiza, os acompañará y bajo sus órdenes venceremos todos, una vez
más, a los enemigos de la causa nacional.
”A él y a vosotros obliga concluir la grande obra que
principiasteis en Caseros, de cuya memorable jornada surgió nuestra redención
política consignada en las páginas de nuestra hermosa Constitución, que en
aquel campo de honor escribisteis con vuestra sangre.
”¡Argentinos, todos! ¡Llegó el día de mejor porvenir para
la Patria! A vosotros cumple ahora el noble esfuerzo de levantar del suelo
ensangrentado el pabellón de Belgrano para enarbolarlo gloriosamente sobre las
cabezas de nuestros liberticidas enemigos.
”Compatriotas: ¡A las armas!... ¡Es el grito que se
arranca del corazón de todos los buenos argentinos!
”¡Abajo los infractores de la ley! ¡Abajo los traidores a
la Patria! ¡Abajo los mercaderes de cruces en la Uruguayana, a precio de oro,
de lágrimas y de sangre Argentina y Oriental!
”¡Atrás los usurpadores de las rentas y derechos de las
provincias en beneficio de un pueblo vano, déspota e indolente!
”¡Soldados federales! Nuestro programa es la práctica
estricta de la Constitución jurada, el orden común, la paz y la amistad con el
Paraguay y la unión con las demás Repúblicas Americanas. ¡Ay de aquel que
infrinja este programa!
”¡Compañeros Nacionalistas! El campo de la lid nos
mostrará al enemigo; allá os invita a recoger los laureles del triunfo o la
muerte, vuestro jefe y amigo, Felipe Varela.”
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